sábado, agosto 07, 2010

Travesía de verano MMX - 3




Amanece en la Marina de Alicante. El parte nos da la razón en quedarnos en puerto. Como ya teníamos previsto un día de descanso, no nos supone un problema.

El viento, las olas y los chirridos de los pantalanes flotantes durante toda la noche hacen pensar que hoy habrá mar de fondo.

Nos ponemos los bañadores y cogemos lo necesario para pasar el día de playa. Como es sábado, evitaremos El Postiguet, donde seguramente habrá que pedir sitio para poder extender la toalla, del colapso. El año pasado fuimos a Muchavista y nos gustó tanto que queremos repetir.
Son las 10:48. Nos acercamos a la taquilla del trenet en Puerta del Mar.

Hay cola y trato de sacar un bono de 10 en el expendedor automático. Lo máximo que me da con tarjeta son 9 individuales y no me aplica la tarifa de descuento. Trato de anular los billetes que he solicitado (y por dos veces, porque parecía que se había bloqueado la máquina), pero salen los 18 billetes (y me los carga en la VISA). Para intentar hacer la devolución y como no tengo ni idea de cómo funciona el trenet ni los horarios, decido esperar la cola tranquilamente. Tampoco sé si los niños pagan, desde qué edad, si podría acceder a un bono de 10 con relativa facilidad y sin morir en el intento...
A las 10:58 me toca el turno. Me atiende un bigotes que parece que no hubiera tenido una satisfacción en su vida. Me aclara que los billetes son sólo de ida, que para la vuelta son diferentes. Cuando estoy preguntándole a partir de qué edad pagan los niños, da media vuelta, se sale de su garito y se pira. No había nadie que lo sustituyera. Mi cara de tonto sólo debió de cambiar cuando uno de los niños me dijo: "Papi, ¿qué le has dicho para que se vaya tan triste?".
No entendía nada. Pensé que le había dado un apretón y decidí esperar. Pero a los 5 minutos comprendí que la espera no tenía sentido y traté de buscar información escrita. Encontré un cartel donde ponía que a las 11:00 empezaba una huelga los fines de semana (¡qué puntual el bigotes, a las 11:00:00,00 dejó su puesto). Sólo había servicios mínimos y el siguiente tren llegaba 40 minutos más tarde.

Ahora sí que me quedé con cara de idiota: con 18 billetes que no sabía si servían para algo y en mitad de la estación.
Con la complicidad del taquillero, que seguía sin volver ni, por tanto, atender a "su" público, empecé a ingeniármelas para colocar los 18 billetes entre los aspirantes a viajero. Con mi labor de relaciones públicas (el que tuvo, retuvo) uno a uno fui vendiendo los billetes: dos alemanes, tres italianas, una pareja de ingleses y el resto de sudamericanos, "para el tren de las 11:40" les decía mientras pensaba para mí que como no llegara el tren eran muchos como para evitar el linchamiento.

Cuando me quiero dar cuenta, se están haciendo publicidad entre ellos: "no, no hay taquilla, pero este chico te vende un billete". Y así acaban hasta el último billete. Pienso que si todo sale bien les he hecho un servicio y me ha servido para sacar dinero del cajero, que me venía bien.

Cuando ya voy a volver al expendedor automático a sacar nuestros cinco billetes (en realidad, no necesitábamos más que cinco), aparece mi amigo el bigotes y le pregunto si me puede vender un bono de 10, lo compro con las moneditas que he recibido de la concurrencia (creo que tengo más dinero del que pagué) y nos encaminamos al andén.

Con el trasbordo de rigor, nos ponemos a buscar por la ventanilla la primera playa que nos guste. ¡Carrabiners!. Nos bajamos y nos dirigimos a la orilla.

Mientras hacemos castillos en la playa, en varios momentos del día recibo saludos de gente que, paseando por la arena, me reconoce como "el vendedor de billetes del trenet". Vaya. La popularidad que uno busca cuando está en un sitio desconocido.

Cuando ya nos hemos hartado de correr olas en la playa, y habiéndonos asegurado de no coger el trenet de vuelta más tarde de las 18:00, en que volvían los paros, regresamos al puerto.

Un día lleno de anécdotas para recordar y habiendo aprendido el oficio de taquillero, por si vienen malos tiempos.

La verdad es que seguía habiendo olas y donde mejor podíamos estar era en puerto. Tras un arroz como sólo lo saben preparar en Alicante, nos fuimos a dormir a bordo del YULUKA. La peque, como decía que le tocaba dormir con su hermano mayor, hizo frente de pelirrojos y a su camarote se fue... hasta el día siguiente.

A media noche me alegré de dormir en la bañera, porque al barco de al lado se le habían amollado las amarras y estaba golpeando contra el pantalán. Las afirmé y, viendo las barbas del vecino cortar... Sigo pensando que no es normal que todo se mueva tanto en un puerto. Esos pantalanes flotantes...

Aunque no fue un día "náutico", también la cronista redactó su bitácora particular.