lunes, marzo 27, 2006

¿Lo hago?

He venido solo a pasar el fin de semana en el barco. Había que limpiarlo a fondo y hacerle algunos arreglillos: demasiado tiempo en manos de alguien que no lo cuidaba.

Es viernes. Llego y me pongo manos a la obra. Primero, la cubierta. ¡Cuánto polvo y tierra puede llegar a acumular una cubierta! Pero hoy no sólo la baldearé. La voy a dejar reluciente.

Cepillo y frasco de Fairy en mano y a frotar y frotar. ¡Qué agradecido es! En poco tiempo recupera su blanco original y se le van las manchas.

A continuación, el interior. Conforme voy abriendo tambuchos me doy cuenta de todo lo que me falta. Y no sólo en cuestión de limpieza, sino cosas por arreglar o mejorar. Pero no me importa: también esto es navegar. Sin darme cuenta, se han pasado las horas.

Ya es muy de noche. Demasiado tarde como para buscar un sitio en el que comprar algo para cenar. Miro lo que tengo y es suficiente como para quitar el hambre. Soy afortunado. No me falta nada. YULUKA me cuida y me voy quedando dormido, mecido por las olas y el susurro del viento cortando los obstáculos que el puerto pone a su paso…

(…)

Amanece temprano. Me despierto encantado de haber dormido toda la noche de un tirón. Mientras desayuno, hago la lista mental de prioridades y me pongo manos a la obra.

Como siempre a bordo, el tiempo vuela. Siempre es demasiado escaso. Me doy cuenta de que se ha pasado la hora de comer por los crujidos que provienen de la barriga. Me preparo algo y, mientras como, me doy cuenta de que empiezo a estar cansado. Cuando termine, me echaré un rato a recuperarme.

Como el último bocado, recojo todo y me viene una duda: ¿y si… suelto amarras? Tengo dos opciones: dormir la hora que tengo o emplear ese tiempo en navegar. Evidentemente, la elección es fácil y, antes de darme cuenta, estoy saliendo del puerto. Es mi primera vez solo, mi tercera vez en un crucero. Quizás sea una locura, pero ahí estoy: sin preparación ni titulación, disfrutando de la navegación a vela. Y es fácil. En lo que me siento menos preparado pongo más calma y dedicación.

Saco velas, paro motor… ¡Qué delicia! Mi música favorita, la que me estaba acompañando en las tareas de limpieza, me sobra. Entro y la apago. ¿Qué mejor melodía que los compases de las olas chocando contra el casco y los silbidos del viento? Sinfonía en sol mayor para viento y percusión, por… (me pregunto quién es capaz de componer algo así y siento que es algo tan sublime que no hay más que Uno que pueda hacerlo).

Pero hay que interrumpir para seguir con la otra tarea. Duele. Siempre duele perder el Cielo. Pero cuando se pierde por amor, se encuentra un Cielo mayor.

Llego a puerto y, el amarre, perfecto. No hay nada mejor que sentirse incapaz para poner empeño en hacer las cosas. Ojalá esa actitud me dure cuando lleve miles de millas navegadas.

Por supuesto, ha sido más provechosa esa hora fuera de puerto que si la hubiera pasado durmiendo. Siempre es así.

Retomo la actividad hasta que se empieza a hacer de noche. Esta puesta de sol no me la pierdo. Salgo del barco y, conforme el sol va perdiendo fuerza por el horizonte, hago balance del día. ¡Qué felicidad!

Segunda noche a bordo. Aún mayor compenetración. La mañana la dedico a dejarlo “casi” perfectamente limpio (¿se puede llegar a dejar un barco perfectamente limpio?). Se siente cuidado y me gusta. Pasa el rato y llega el momento de la separación. Fastidia dejarse, pero ahora somos más el uno del otro.

Y así transcurre el primer fin de semana a bordo de YULUKA.